Lo que vive en mí, vive en ti
- Carla Medina

- 23 jul
- 3 Min. de lectura
A veces creemos que estamos separados. Tú allá, yo aquí. Tus emociones son tuyas, mis pensamientos son míos. Pero esa línea divisoria es más tenue de lo que parece.
Cuando observo tu enojo, no solo veo tu enojo: veo el mío que aún no he reconocido. Cuando me irrita tu impaciencia, es porque alguna parte de mí sigue luchando con la suya. Lo que vive en ti, también habita en mí.
Cada persona que se cruza en nuestro camino actúa como un espejo. Un reflejo, no siempre literal, pero sí simbólico. A veces, estos espejos nos muestran lo más luminoso de nosotros mismos —la compasión, la ternura, la fuerza— y otras veces nos devuelven lo que no queremos ver: nuestras sombras, nuestras heridas, nuestros juicios no resueltos.
Yo, por ejemplo, he juzgado a personas como “buenas” o “malas”. Recuerdo haber señalado a alguien por jugar con mis sentimientos, por tomar decisiones que me hirieron profundamente. Durante mucho tiempo me sentí víctima. Pero con los años —y con honestidad— me di cuenta de que yo también había hecho lo mismo. Había jugado con los sentimientos de alguien más, quizás sin darme cuenta, desde la inconsciencia.
Y en ese momento me surgió una pregunta que cambió todo: ¿Qué estaba pasando en su cabeza cuando tomó esas decisiones? Al hacerme esa pregunta, algo se abrió. Entendí que, tal vez, si yo hubiera estado en el mismo contexto, con su historia, sus vacíos, sus confusiones… habría actuado igual. Esa comprensión me llevó a buscar dentro de mí, en vez de seguir apuntando hacia fuera.
No es un trabajo fácil. No es cómodo reconocer que eso que me molesta profundamente en el otro también habita en mí. A veces, a mí hasta me arde el cuerpo físicamente por el orgullo de no querer aceptar que eso tan “terrible” que estoy juzgando... también vive en mí. Se requiere una honestidad radical para sostener el espejo sin romperlo, para ver ahí una versión mía que preferiría negar.
He llegado al punto donde observo en cada persona fragmentos de mi vida o de mis pensamientos. A veces incluso me sorprendo pensando: “¿Tú qué parte de mí estás reflejando?”

Estuve reflexionando hace poco sobre una ex pareja a la que en su momento juzgué como “mala”. Me costaba entender cómo había llegado a compartir algo tan íntimo con alguien que ahora veía como todo lo contrario a lo que “merecía”.
Pero con el tiempo entendí que me lo encontré porque yo estaba atravesando una etapa en la que, sin darme cuenta, estaba encarnando muchas de las cosas que luego proyecté en él: estaba en el momento de rogar por amor, de aceptar humillaciones, de beber muchísimo, de no comer bien, de no tener trabajo, de no hacer ejercicio, de no amarme y no respetarme. Y eso se manifestó en él como un espejo. Y cuando lo juzgué como “malo”, en realidad estaba señalando esa parte de mí misma que no quería mirar.
No es una metáfora bonita, es una ley sutil de la conciencia: todo lo que nos impacta emocionalmente afuera, ya existe adentro. Por eso duele, por eso mueve. Y en ese movimiento está el mensaje. No es sobre el otro. Es sobre mí. Es sobre ti. Es sobre lo compartido.
¿Y si empezamos a mirar las relaciones no como escenarios donde tenemos que defendernos, corregir, ganar o tener la razón, sino como espacios donde nos reconocemos? No como enemigos, no como opuestos, sino como fractales de una misma fuente.
Hay algo profundamente liberador en esto: si todo lo que veo en ti también está en mí, entonces no necesito controlar nada afuera para estar en paz. Puedo mirar adentro, puedo trabajar desde ahí. Ya no se trata de cambiar al mundo, sino de comprender que el mundo es mi propio eco. Pero también es una gran responsabilidad. Porque implica dejar de culpar, dejar de huir, y estar dispuesta a ver con honestidad lo que duele, lo que falta, lo que aún no ha sanado.
Así, cada encuentro se vuelve sagrado. Cada roce, cada gesto, incluso cada conflicto es una invitación a volver a casa. A reconocerme en ti. A descubrirte en mí.Y en ese ir y venir, las acciones empiezan a moldear los pensamientos, y los pensamientos también empiezan a dirigir las acciones. Es un camino que, aunque no lineal, va construyendo coherencia. Para mí, ha sido de lo más difícil que me ha tocado trabajar. Pero lo estamos caminando. Paso a paso. Con todo lo que somos.





Comentarios