Trenzar es habitar juntas

Trenzar es una de las acciones más antiguas y simbólicas que existen. En muchas culturas, ha sido mucho más que peinar: ha sido una forma de comunicar, de transmitir linaje, pertenencia, resistencia.

En varias comunidades africanas, las trenzas servían como mapas: indicaban tribu, estatus social, edad, e incluso rutas de escape durante la esclavitud. Algunas mujeres escondían semillas, entre las trenzas, como un acto de supervivencia y siembra futura en tierra libre.

Trenzar era un acto de resistencia, pero también de esperanza.

En los Andes, tensar el cabello es unir pensamiento y corazón. Una forma de coherencia interna, espiritual y comunitaria. En ciertas festividades, el trenzado se vuelve ritual, un gesto que prepara el cuerpo para el encuentro ceremonial.

En los pueblos originarios de México, el trenzado tiene múltiples sentidos. Entre las mujeres mixes, por ejemplo, las trenzas son parte de la vida cotidiana, pero también un acto de reafirmación cultural. A menudo se adornan con listones o flores, y su uso ha sido una forma de resistir la mirada colonial que quiso verlas como “fuera de lugar”.

Hoy, como antes, trenzar es recordar quién se es.

Pienso en todo eso mientras trabajo junto a otras mujeres en un proyecto donde cada una aporta su mirada, su saber, su sabor, su tiempo. Y me doy cuenta de que no solo estamos haciendo contenido: estamos trenzando.

Estamos trenzando confianza, silencio, intuiciones. Estamos trenzando una forma distinta de crear, sin jerarquías, sin máscaras, con los hilos sueltos y verdaderos de quienes somos. Y eso, para mí, es sagrado.

Es la posibilidad de construir un espacio donde no tengo que desdibujarme para pertenecer. Donde puedo ser  y al mismo tiempo dejar que otras manos tejan conmigo una trenza más grande, una que ninguna podría hacer sola.

Porque trenzar es tejer. Y tejer es generar superficie. Es ocupar y generar un espacio con sentido. Es volver resistente lo frágil,es entrelazar lo disperso,es conectar.